jueves, 29 de mayo de 2014

El mural pintado por José María Uzelai para el batzoki de Bermeo

(extracto del texto de Josu Erkoreka)

Una de las joyas artísticas más reseñables del batzoki de Bermeo es -aparte, por supuesto, del propio edificio; una construcción de estilo racionalista proyectada por el arquitecto Pedro Ispizua- el mural del pintor vasco José Maria Uzelai que se exhibe en el salón principal del segundo piso. Se trata de una extraordinaria pieza pictórica, en la que el que el artista bermeano quiso plasmar un ambicioso retrato colectivo del municipio arrantzale; una comunidad vigorosa y pujante en el ámbito pesquero y, al mismo tiempo, entusiásticamente comprometida con la causa nacional vasca.
Dentro del intenso ambiente marinero que invade todo el conjunto -el óleo contiene una representación detallada de los útiles, aparejos, pertrechos y otros aspectos de los usos y costumbres que caracterizaban la vida laboral de los pescadores bermeanos de la época- la mayoría de las personas que figuran en la estampa resultan perfectamente identificables por reunir la doble condición de gentes vinculadas a la comunidad marinera local y militantes nacionalistas adscritos al  batzoki del municipio. El artista quiso ser tan fiel a la realidad, que hasta las embarcaciones atracadas en el puerto viejo reproducen naves de la época, que pertenecían a armadores bermeanos de ideología jeltzale. Todo está estudiado al detalle para representar con la máxima fidelidad la épica cotidiana de un pueblo trabajador y sacrificado, que vive apasionadamente la fuerza atractiva del nacionalismo vasco.

Pequeño fragmento del mural pintado por José María Uzelai para el batzoki de Bermeo.
La obra fue fruto de un trabajo intenso y concienzudo. Para su realización, Uzelai hubo de llevar a cabo un exhaustivo estudio etnográfico que le permitió captar con detalle las formas, colores y pormenores de la indumentaria, las embarcaciones y los útiles de trabajo del colectivo pescador. Cuentan, además, que invitó a pasar por su estudio a las personas que le sirvieron de modelo e inspiración para perfilar las figuras que ocupan una posición destacada en la tabla. En el diario Euzkadicorrespondiente al 17 de junio de 1934, el cronista local, Julen Urkidi, daba cuentaen pocas palabras del duro trabajo que estaba desarrollando Uzelai para ultimar el mural en los días previos a la inauguración oficial del batzoki, así como de la expectación que ello estaba generando entre los militantes de la villa: “Batzokiko laurkak dirala-ta euzko-margolari ospatsu au batera eta bestera dabil. Ia azkenian zer urtetan daben”.
Cuando se inauguró el batzoki, en junio de 1934, uno de los principales atractivos que se utilizaron como reclamo para los visitantes, fue, precisamente, la vistosa y espectacular obra de Uzelai. La víspera del gran día, el diario Euzkadi observaba que “el prestigioso artista” don José María Uzelai, había regalado al batzoki de Bermeo “un cuadro que, como suyo, es verdaderamente hermoso”. Y añadía: “La obra pictórica será expuesta al público y quienes asistan a los actos inaugurales podrán admirarla”. Al día siguiente, la cabecera nacionalista reproducía en portada un amplio fragmento del mural, ensalzando sus valores estéticos. Y en fin, la crónica de los actos inaugurales, que fue publicada el martes siguiente, reseñaba lo que sigue:
“Los visitantes tuvieron ocasión de admirar la obra maestra del pintor don José María de Uzelai, una vista del puerto de Bermeo, hermoso lienzo de quince metros de longitud por dos de altura [...] Muchos y muy merecidos elogios se hicieron de estas pinturas”
Cuando las tropas franquistas ocuparon el municipio, en mayo de 1937, no tardaron en ocupar el batzoki y ponerlo a  su servicio. De hecho, la sede del PNV fue inmediatamente incautada por el Auxilio Social. Era un edificio amplio y nuevo, que resultaba muy útil para la labor propagandística que los ocupantes deseaban emprender en el pueblo. En un principio fue utilizado como centro de detención de desafectos a la causa rebelde, pero pronto pasaría a manos de la Falange. Al término de la guerra civil, quedó adscrito a la Secretaría General del Movimiento para que fuera utilizado por el Frente de Juventudes. En los años sesenta fue asignado a la Organización Juvenil Española.
Ninguna de sus instalaciones recibió un trato que pueda ser considerado cuidadoso. Y privado, como estaba, de cuidados y atenciones, el edifico fue deteriorándose poco a poco durante los cuarenta años que duró la noche franquista, frente a la impotente mirada de los militantes abertzales que habían contribuido a su construcción. Pero el mural de Uzelai corrió peor suerte que el edificio; las huestes de Franco se ensañaron con él de manera especial. Es lógico. No era una simple obra de arte; era todo un símbolo de la intensa pasión con la que el pueblo de Bermeo vivía la pulsión nacionalista. Primero le descerrajaron varios tiros. Y después, cogieron la brocha y ocultaron, tras una grotesca capa de pintura, los nombres en euskera, o de significación nacionalista vasca, que las embarcaciones representadas en la imagen llevaban consignados en la proa. Su designio era claro. La lengua vasca había de ser extirpada hasta de las manifestaciones artísticas. Debía desaparecer de la faz de la tierra. Y el nacionalismo vasco, hasta del pensamiento intangible.

Un detalle de los daños provocados en la obra como consecuencia del maltrato al que fue sometida por los franquistas y del estilo chapucero con el que estos borraron los nombres en euskera o de significación nacionalista vasca que los barcos llevaban consignados en la proa. Las embarcaciones que se ven en la imagen son (en realidad, eran) las siguientes: en la primera fila, Alkartasuna (1660), Sabin Echea (1545) y Ludiko Atsegiña (1655). La primera y la tercera están, además, agujereadas, probablemente por el impacto de una bala. En la segunda fila se encuentran Arantzazuko Ama (1537) Arguiñena (1584) y Almikako Ama (1546)
Huelga señalar que, como se puede comprobar en las fotografías que incorporo a este post, el resultado de la “intervención” que llevaron a cabo en el cuadro con objeto de tapar los nombres de los barcos, fue bastante chapucero. Pero no contentos con esta agresión inicial, los más diligentes seguidores del Movimiento acabaron desmontaron el mural y trasladándolo a un almacén, donde permaneció plegado y acumulando polvo, durante varios lustros.
Cuando recuperó el batzoki, en la segunda mitad de los setenta, la organización municipal del PNV lo rescató del olvido y volvió a colocarlo en el mismo lugar parael que fue concebido. Pero allí continúan aún, 75 años después de que fueran realizados, los toscos brochazos con los que algún meritorio jerarca franquista ordenó emborronar los nombres de las embarcaciones representadas en la obra. Tan sólo respetaron uno: el del vapor Jesús del monte (folio 1395) que había sido construido en 1924 por Mariano Azeretxo Mujika. Aunque sus propietarios fuesen repugnantes nacionalistas vascos, el nombre que impusieron a su embarcación era irreprochable, al parecer, para los seguidores de Franco.
El paso del tiempo ha ido difuminado en algunos casos los trazos de pintura que en su momento impusieron los franquistas y hoy empieza a ser posible adivinar, en todo o en parte, el nombre original que tenían algunas naves. Pero en la mayoría de los casos, el borrón continúa firme y opaco, por lo que no  hay manera de acceder con un mínimo de fiabilidad al nombre que oculta. Sin embargo, no resulta difícil colegir cuales eran esos nombres. En los casos en los que se puede leer total o parcialmente el nombre que los franquistas pretendieron ocultar, se puede constatar que, en este punto, exactamente igual que en otros aspectos de la obra, Uzelai fue rigurosamente fiel a la realidad. De manera que los barcos que llevó al mural -todos, como ya he dicho, pertenecientes a conocidos militantes nacionalistas de la localidad- están representados en la tabla tal y como eran: con el mismo color, el mismo nombre y el mismo número de matrícula. El realismo del artista llega hasta ese extremo. Ello hace que  la matrícula, que no fue borrada por los exaltados seguidores de Franco que se empeñaron en ocultar los nombres, nos permita inferir -con la ayuda del registro oficial- de qué barco se trata en cada caso.

domingo, 25 de mayo de 2014

JOSÉ MARÍA DE UCELAY Y SUS LUCES


José María de Ucelay, un pintor fantástico o un pintor al que le fue imposible reflejar la realidad sin mostrar ese otro lado, esos otros aspectos, esa otra visión, distorsionada o no, que esconden las cosas, y que de ordinario nos pasan desapercibidas hasta que un golpe de luz, el reflejo de un espejo, nos las muestra como deberían ser. Así sus paisajes, sus retratos, sus bodegones, sus composiciones de temas diversos, sus cielos, sus nubes, tienen siempre un detalle, una calidad de la luz la mayoría de las veces, que no es que resulte inquietante, sino que les da una dimensión fantástica. Son paisaje que aparecen detrás de sus bodegones, al fondo de sus retratos; paisajes inmóviles, iluminados por una luz que recuerda la de la última hora de la tarde del verano, la de ciertos amaneceres lentos de otoño, junto al mar, en los que o bien las cosas muestran con toda nitidez sus perfiles o bien aparecen empañadas con un halo que las hace casi intocables. Los objetos de Ucelay, las fuentes de cerámica de Busturia, las cristalerías, las piezas de laca, las japoneserías, que venían de las “posesiones de Asia”, los libros, las cartas, los instrumentos de música, o bien, las plantas, las begonias, ciertos animales, adquieren bajo esa luz todo su atractivo y todo su misterio. Podrían estar, sí, en el rincón de una casa, en un jardín, pero de no haber sido iluminados de esa forma, probablemente habrían pasado desapercibidos, no nos inquietarían, no pertenecerían a modo de fragmento, como sospechamos, a una historia a cuyo relato se nos invita.
Pero a mí juicio, todavía más que en los paisajes, y que incluso en los retratos donde sus personajes adquieren el aire de quien pudiese salir de una página literaria y a ella volver, es en el mar donde Ucelay despliega todo su poder de fabulación fantástica y de seducción. En Ucelay el mar es una suerte de crónica, de vaga memoria, de homenaje épico unas veces, nostálgico otras, de un mundo desaparecido para siempre. Es el mar de Joseph Conrad, con toda su amarga poesía, el de la época de los grandes veleros, de la guerra del Opio y del mar de la China, de los clippers, pero también es el de las crónicas de los grandes navegantes del XVI, el de los astilleros que construían según las viejas artes, tal y como aparecen en ese intrincado y fantástico Gran Teatro del Mar que pintó para el Smoking Room del transatlánticoCaronia, o para el petrolero Bilbao; incluso el gran mural del batzoki de Bermeo tiroteado por los falangistas es ya una crónica del pasado, ya no existen esos barcos, no se utilizan esos instrumentos, ni esas arboladuras ni esos cordajes y velámenes ni las constelaciones tienen el papel que tuvieron en el pasado, tampoco muy probablemente esos pescadores, que responden a un tipo racial idealizado; una idealización que por cierto también aparece en otras cuadros suyos de temas populares vascos.
Ese sentido de lo fantástico de Ucelay, de la reconstrucción de mundos desaparecidos, se muestra de manera más acusada, más lleno de una historia que los espectadores debemos componer, en Los caballeritos de Azkoitia (Los Aldeanos Críticos, que les llamó el padre Isla), donde aparecen, estáticos, fantasmales, como verdaderos espectros esta vez, envueltos en una luz azulada, una luz nocturna rara en él, unos personajes de la Vizcaya de este siglo que Ucelay consideraba herederos del Conde de Peñaflorida y de sus amigos, y en la Cena del capitán Mendezona, ese cuadro prodigioso en el que el castillo de popa del mercante Bergen está abierto al cielo, a los vientos e iluminado por el último sol de la tarde, y en el que todo es quietud, silencio. [1990]

domingo, 18 de mayo de 2014

Preparación para lo que contaré







Antes de empezar a hablar de Jose María y de todo lo que aprendí y compartí con él creo necesario que veáis los posts que publiqué cuando Pilar de la Rica impartió un seminario en la Universidad de Deusto sobre Jose María Ucelay y me pidió documentación.

Poco pude recopilar ya que mi casa se inundó en el año 1977 arrastrando el agua miles de fotos, textos, cartas e incluso películas en super 8 de las que Jose María era protagonista.

Sin embargo al ver este pequeño homenaje_recuerdo a/de Jose María he experimentado una profunda emoción.
Pocas palabras bastan para sentir lo que trasmite ese humilde y tierno altarcito.

¡Cuánto cuánto le quise y disfruté!


He intentado encontrar una biografía en internet que describiera al Jose María que yo conocí pero no lo he conseguido.
Ni siquiera lo que de él cuenta Kosme Barañano a quien precisamente conocí en Txirapozu, Jose María me lo presentó, me sirve para reflejar el mundo del que Jose María me hizo partícipe.
Me siento muy afortunada de haber tenido una relación tan fuera de lo corriente durante los últimos trece años de su vida.
Estar con él era siempre un acto artístico, poético, surrealista y dadá.
Tanto si estábamos en el salón de Txirapozu, como en su estudio o en Arrien de Gernika a donde le gustaba ir de vez en cuando para tomar un cognac, la magia estaba garantizada.


Links: Jose María Ucelay
           TIRAPOZU